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📚 El Onceavo Dorado

Gabriela Cabezón Cámara

Por Mauro Larrosa

“No sabía que se podía escribir así.”

El Onceavo Dorado no es solo un cuento: es una ráfaga. Una detonación que desparrama letras, palabras, espacios. Una descarga eléctrica. Desde la primera línea, Cabezón Cámara te empuja a una especie de viaje psicodélico urbano, una carrera entre letras sin puntos donde las comas no te dejan respirar y el lenguaje parece vivir más rápido que vos.

Ideal para leer escondido en el trabajo, en el bondi o en ese momento breve entre el último mate y el primer WhatsApp del día. Un relato corto, sí, pero no menor. Porque en apenas unas páginas toca lo que muchos libros esquivan: el origen y el presente de las villas, de los barrios populares, de esa “emergencia” que los mapas y los discursos insisten en esconder. Urbanizar parece ser hoy la manera correcta de referirse a eso, al menos para los políticos.

Y lo hace sin bajar línea, sin lástima, sin romanticismo. Lo hace como hay que hacerlo: corriendo, esquivando, mirando de frente.

Gabriela no describe: dispara. Tu mente lee, pero tu cuerpo parece correr. Una lectura al palo. La historia sucede mientras vos todavía estás intentando entender qué pasó.

Y en medio del vértigo, una postal urbana imposible: ¿Cómo pueden convivir en tan pocas páginas elementos de lo más cheto de Retiro, los villeros de la 1-11-14, un adicto, un hacker y, sí, el condimento del garche... con sildenafil incluido? La pastilla azul aparece sin aviso, como una ironía de la masculinidad y el deseo en plena distorsión social.

¿El final? No se puede decir nada sin arruinarlo. Pero sí: te noquea, te desarma, te implosiona. Con una frase. Con una imagen. Con una de esas verdades que, si te agarran mal parado, te dejan temblando.

Recomendable. Una exquisitez. Una forma nueva de contar lo que ya sabíamos, pero nunca habíamos leído así.